PESCADO FRESCO 1
Me saqué las zapatillas para que mis pies descansaran al aire libre. El aire libre en mi departamento de un ambiente estaba atascado y con olor a humedad. Por eso abrí las ventanas que daban a la calle, para que entrara el aire fresco. También subieron los ruidos de los autos y colectivos que pasaban por abajo. Me serví un vaso de Coca con hielo. Había olvidado poner la botella en la heladera. Las bolsas del supermercado estaban desde el día anterior, desparramadas por el piso.
Llegué cansado, muy cansado a casa esa noche. Hubiese puesto los pies en remojo, como un árbol, pero no lo hice. Estuve parado desde las doce del medio día, hasta las ocho de la noche.
Fue mi primer día de trabajo. Decidieron que empiece un sábado, estábamos en enero, porque se suponía que iba a entrar poca gente, que estaría más tranquilo que otros días. Pero no fue así, por lo menos para mí.
Al principio, durante las primeras horas, mi tarea fue la observar a Tatiana, en todo lo que hacía y como lo hacía. Más tarde le tocó el turno a Franco. Lo acompañaba como un escolta, callado, para ver cómo atendían las mesas. Tenía que prestar atención a todo, eso me dijeron ellos.
- Cuando te sientas seguro me avisas y te largas solo. Pero no hay apuro, tomate tu tiempo y pregunta lo que necesites…- me dijo Juanjo dándome confianza y seguridad. Me encantó su trato para conmigo. Sentí que, más que un jefe o encargado de local, era un amigo.
Al cabo de dos horas y media empezaron a dolerme los pies, pero no me importaba, quería trabajar y que el puesto fuese mío. Me gustaba el lugar y la forma en que recibí capacitación, ahora quería empezar a atender. Ser cordial con la gente, satisfacerla en lo que pedían y al fin tener un trabajo estable.
-voy- le dije decidido a Juanjo
-¡dale! Suerte. Cualquier cosa, ya sabes… - agregó- le decis al cliente que aguarde un momento, que vas a consultar, y listo. No te hagas problema por nada… ¿ok?-
Se acercó Franco y también me deseó suerte. Pensé que se me iba a caer la bandeja con el café, o a confundirme de mesa cuando llevara el pedido. Cuando entraron las dos primeras personas y se sentaron en un segundo, casi sin elegir la mesa, me puse nervioso. Eran mi presa. Mi conejito de la india. Antes de acercarme a la mesa de las señoras que acababan de sentarse, y estaban listas para ser atendidas levanté la vista, vi a Tatiana que me guiñaba un ojo. Me sonreí y recobré la calma.
Fui hasta la mesa, les dije “buenas tardes, acá les dejo la carta” y me retiré, tal como lo hacían mis compañeros. Cuando vi que ya habían hecho su elección me acerqué con cuidado. Les tomé el pedido en una pequeña libretita que me acababa de dar Juanjo. La tapa era suave, como si fuese un a foto de verdad. Había un tipo con una antigua cámara de filmación al lado suyo. Caminé hasta la cocina y dejé la comanda en el sector que tenía que hacerlo. Respiré. Antes de ir a la otra mesa, donde se acababa de sentar un hombre de mediana edad, pasé por la caja, le repetí de memoria a Jerónimo, el cajero, lo que habían pedido las dos señoras.
Mientras caminaba hasta la otra mesa recordé que no había hecho lo que tenía que hacer: Primero debía leer el pedido en la caja y después dejar la comanda, “porque la memoria a veces falla”, me enseñaron los chicos, y yo había hecho exactamente lo contrario.
Tomé el nuevo pedido. Fui a la caja. Después dejé la comanda en la cocina y volví a la mesa que me señaló Lucas. Esta vez lo había hecho bien. Levanté las tazas, los vasos vacíos (ya sin soda) y un platito con bocaditos de una torta esponjosa y aireada que ni siquiera habían tocado. Me moría de ganas de llevarme uno de esos pedacitos a la boca, pero por supuesto, no lo hice. Recordé lo que me había dicho Franco, “nunca comas lo que queda en la mesa delante de la gente, ni se te ocurra, cuando cerramos es otra cosa…”
Hubo una hora en que el movimiento cesó. No entraba, ni salía nadie. La gente que estaba en la cafetería conversaban instaladas en su sus mesas, el que estaba solo leía el programita de la muestra o la programación del cine, sin levantar la vista para nada, concentrado en lo suyo. Todo se mantenía en calma.
Fue en esos momentos que se me acercó Tatiana. Yo estaba parado en una esquina, atento, con las manos detrás de la espalada como me habían enseñado. Por lo que pensé, “no puede venir para hacerme alguna sugerencia”.
Me preguntó si sabía quien era el de la tapa de la libretita que me habían dado.
-no- le respondí cerrándola y mirando nuevamente la foto de tapa.
- es Andy. Andy Warhol. Sí, la verdad no está muy reconocible en esa foto, pero es él…- dijo con aire de superioridad y saber mucho sobre el tema- Hay una exposición de él acá, hasta fines de febrero. Después si queres podemos ir…-
-bueno, le respondí por cortesía, sin la menor ganas de hacerlo-
El lugar donde estaba trabajando me encantó, la luz entraba por todo el salón a través de los vidrios traseros, donde del otro lado estaba la plaza. Si te tocaban las mesas de la fila 4 y 5 podías mirar hacia fuera, y todo se volvía muy placentero. En cambio si te tocaban las hileras 7 y 8 se veía la gente entrando y saliendo del museo, parados sobre las escaleras mecánicas que subían y bajaban sin parar. Todo aquello se podía ver, pero no de forma nítida, porque los vidrios tenían unas franjas de papel en el medio que no dejaban ver con claridad las figuras. Pensé que eso era con el propósito de mantener la privacidad de las personas que se sentaban a tomar algo en la cafetería del MALBA.
Creo que por ser el primer día no estuvo mal. Por lo menos no se me cayó la bandeja, tal como imaginé en un momento, ni dije nada que no correspondiese.
Voy a ver una peli en el cable, desde la cama, y me voy a dormir contento. Estuve en un lugar que me gustó, conocí gente buena onda,y si me esfuerzo y paso los tres meses de pruebe el puesto puede ser mío de forma permanente.